07-17-2025, 11:52 PM
El último suspiro
Todo empezó desde el primer caso del covid-19, desde ese momento comencé a notar un comportamiento bastante extraño en los infectados.
Una mañana, como todos los domingos, me senté en la vereda de mi casa y abrí el diario, al hacer esto, vi una noticia que decía que se registraron 179,947 casos del coronavirus, me pareció un poco raro ya que todos mi vecinos estaban en orden, o eso yo pensaba…
En la esquina de casa, la señora Rodríguez estaba en medio de la calle con la cabeza torcida y los ojos completamente blancos. Parecía un robot viejo con un fallo en el sistema. Cuando me vio, sus pupilas se abrieron cual flores en primavera, y su boca gruñó como un tigre hambriento en medio de una caza.
Volví y cerré con llave. Esa noche dormí un poco, pero esos ruidos que provenían de afuera me tentaban a ver por la ventana.
Todo fue empeorando a los días siguientes. El silencio del pueblo era tan fuerte que parecía tener voz propia.
Una tarde vi a los hijos de los Molina, uno de ellos estaba masticando un brazo humano, lo hacía como si no hubiera comido en mil años, pero eso no fue lo más traumatizante… cuando suspire por ver semejante escena, sus ojos, llenos de rabia, cruzaron con los míos e inmediatamente vino corriendo hacia mi ventana. La cerré rápidamente pero seguía sintiendo ese olor a sangre corriendo por la casa.
No sabía si era un sueño, pero lo que sabía era que estaban mordisqueando la manija de la puerta. Tanta era la desesperación que me encerré en el baño con la escopeta de mi abuelo.
No dormí, no comí, no respiré tranquilo.
Y entonces pasó algo peor: empecé a oler cosas que no estaban ahí, el sudor de los que tenían miedo, la sangre seca en el aire, incluso escuchaba el corazón de los animales a lo lejos.
Me miré al espejo, tenía los ojos rojos, los dientes más largos. Me asusté de mí mismo, estaba cambiando y no sé si era por el virus o por el miedo.
Yo también estaba mutando, lo sentía, lo sabía.
Cuando abrí la puerta para confrontarlos, lo hice tranquilo, porque al fin y al cabo, el último respiro no siempre llega con un suspiro… aveces llega con un gruñido.
Todo empezó desde el primer caso del covid-19, desde ese momento comencé a notar un comportamiento bastante extraño en los infectados.
Una mañana, como todos los domingos, me senté en la vereda de mi casa y abrí el diario, al hacer esto, vi una noticia que decía que se registraron 179,947 casos del coronavirus, me pareció un poco raro ya que todos mi vecinos estaban en orden, o eso yo pensaba…
En la esquina de casa, la señora Rodríguez estaba en medio de la calle con la cabeza torcida y los ojos completamente blancos. Parecía un robot viejo con un fallo en el sistema. Cuando me vio, sus pupilas se abrieron cual flores en primavera, y su boca gruñó como un tigre hambriento en medio de una caza.
Volví y cerré con llave. Esa noche dormí un poco, pero esos ruidos que provenían de afuera me tentaban a ver por la ventana.
Todo fue empeorando a los días siguientes. El silencio del pueblo era tan fuerte que parecía tener voz propia.
Una tarde vi a los hijos de los Molina, uno de ellos estaba masticando un brazo humano, lo hacía como si no hubiera comido en mil años, pero eso no fue lo más traumatizante… cuando suspire por ver semejante escena, sus ojos, llenos de rabia, cruzaron con los míos e inmediatamente vino corriendo hacia mi ventana. La cerré rápidamente pero seguía sintiendo ese olor a sangre corriendo por la casa.
No sabía si era un sueño, pero lo que sabía era que estaban mordisqueando la manija de la puerta. Tanta era la desesperación que me encerré en el baño con la escopeta de mi abuelo.
No dormí, no comí, no respiré tranquilo.
Y entonces pasó algo peor: empecé a oler cosas que no estaban ahí, el sudor de los que tenían miedo, la sangre seca en el aire, incluso escuchaba el corazón de los animales a lo lejos.
Me miré al espejo, tenía los ojos rojos, los dientes más largos. Me asusté de mí mismo, estaba cambiando y no sé si era por el virus o por el miedo.
Yo también estaba mutando, lo sentía, lo sabía.
Cuando abrí la puerta para confrontarlos, lo hice tranquilo, porque al fin y al cabo, el último respiro no siempre llega con un suspiro… aveces llega con un gruñido.